Cuando el puñado de periodistas entra en la suite, Al Pacino ya está ahí, parafraseando al dinosaurio de Monterroso. Primero se escucha su voz, grave, gutural, que gorjea cantarina; después se ven unas opacas gafas de sol. Pelo cardado, camisa negra abierta casi hasta el ombligo, mechones canosos que asoman a borbotones desde el pecho, muñequera, coca-cola y agua. Es decir, aspecto de rolling stone, hermano carnal de Jagger, Wood y Richards. Pacino hombre (East Harlem, Nueva York, 1940) es igual que el Pacino leyenda. Los cinéfilos babean: el mito supera el examen.
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